El ejército israelí avanza por tierra y aire sobre Gaza, en la mayor ofensiva desde 2014. Sus bombardeos ya dejaron 119 muertos, entre ellos 31 niños. Pero los desalojos en el área palestina de Jerusalén, la represión y el incendio de la mezquita de Al Aqsa, y el ataque a Gaza detonaron, además, una inesperada bomba fronteras adentro, que estalló en la cara del primer ministro, el genocida Benjamín Netanyahu.
(Por Olga Cristóbal, publicado por Política Obrera, Tendencia del Partido Obrero de Argentina)
El martes, cientos de chicas y chicos palestinos -“árabes israelíes” los denomina el Estado ocupante, en un intento fracasado de borrar su pertenencia nacional- tomaron las calles de Lod, al sudeste de Tel Aviv, después del funeral de un joven asesinado por los sionistas.
“Hemos perdido totalmente el control de la calle, están prendiendo fuego a las sinagogas y escuelas judías, incendiando cientos de vehículos. La guerra civil ha estallado en Lod”, advirtió el alcalde Yair Revivo, que pidió que se declarara el Estado de emergencia. Netanhayu mandó 500 policías de frontera. Su comandante exclamó: “Estamos viendo algo nunca visto en ciudades mixtas”. Y ordenó abrir fuego contra los “árabes israelíes”.
Las protestas se extendieron rápidamente a todo el país, con miles de jóvenes, algunos apenas entrando en la adolescencia, que se daban ánimo y se citaban a través de Tik Tok. El analista Jack Khoury, del diario Haaretz de Tel Aviv, describe las protestas como un “movimiento popular”, conformado “en su mayoría por la generación más joven, que no reconoce el liderazgo político ni de la Autoridad Palestina ni de los líderes árabes en Israel o en la Franja de Gaza. Nadie puede detenerlos, y una acusación por alterar la paz no los disuadirá.”. Los dirigentes de Hamás, afirma, “no tienen ningún control sobre los acontecimientos”.
“Estamos aquí hoy y volveremos todos los días. En las últimas elecciones, la gente dijo que los ciudadanos árabes eran indiferentes, que no iríamos a votar. Pero no votamos ni participamos en el juego democrático ya que la Knesset no es nuestro campo. Nuestra arena es la calle. Ahí es donde damos voz a lo que sentimos, ¡no nos quedaremos callados!”, explicó uno de los manifestantes.
El miércoles patotas de colonos y grupos ultraderechistas quemaron comercios árabes, intentaron linchar a algunas personas, incendiaron vehículos en el sur de Tel Aviv, Haifa y aldeas árabes. Colonos de Cisjordania fueron llevados hasta Lod: están albergados en el viejo edificio municipal y su primera tarea fue destrozar el cementerio musulmán. The Times of Israel, de Tel Aviv, informó que marcharon por Jerusalén, Haifa y Tiberias al grito de “muerte a los árabes”. Varios rabinos importantes convocaron a acudir a Lod y otras ciudades “para defender a sus residentes judíos, e incluso permitieron una serie de fallos religiosos que violaban el Shabat para hacerlo” (Haaretz 14.5).
Los ataques fascistas no lograron sofocar un levantamiento que se ha extendido a la mayor parte de las ciudades “mixtas” o las aldeas palestinas. Netanyahu admitió que “ahora no hay amenaza mayor que estos disturbios” y el New York Times lo acusó de estar llevando a Israel “a una guerra civil entre judíos y palestinos” (12-5-21).
Los palestinos con ciudadanía israelí son el 20 por ciento de la población, casi dos millones de personas. La mitad vive bajo la línea de la pobreza. Existen por lo menos 65 leyes que los discriminan directa o indirectamente en todos los órdenes de la vida, desde los derechos a la tierra y la vivienda hasta la asignación de recursos del Estado, el acceso a la educación o el debido proceso cuando son detenidos. Human Rigts Watch, la organización derechohumanista más importante de Estados Unidos, en un demoledor informe del 27 de abril pasado, afirma: “Se ha traspasado el umbral: Las autoridades israelíes y los crímenes de apartheid y persecución” (1).
El propósito declarado de los últimos gobiernos israelíes es culminar la limpieza étnica, concluir la tarea que Ben Gurion dejó sin terminar: expulsar hasta el último “árabe israelí”, construir un país étnicamente puro, un Estado judío. Sin embargo, “la lucha interna dentro de Israel amenaza con ser más desestabilizadora que los ataques con cohetes desde Gaza”, opina The Guardian (12-5).
Los Acuerdos de Abraham diseñados por el gobierno de Donald Trump —que “normalizaron” las relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos—, “reforzaron la noción de que la causa palestina, en esencia, ya no es relevante. Los titulares de hoy demuestran la falacia de ese pensamiento”, concluye el NYT. Y advierte: “Todo esto podría calmarse en tres o cuatro días, ya que Hamás, Israel, Egipto, Jordania y la Autoridad Palestina consideran que les conviene imponer su voluntad en la calle. O no. Y si se convierte en otra intifada, en la que el pueblo impone su voluntad a sus dirigentes, este terremoto sacudirá a Israel, Gaza, Cisjordania, Jordania, Egipto y los Acuerdos de Abraham” (12.5).
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